domingo, 16 de agosto de 2009

No quiero abrazarme nunca a un cuerpo de piedra,
no me es posible, y mi convicción no me lo permite.
No quiero vivir en vano, no quiero,
quiero entregarme al verdugo de la vida,
al látigo habilidoso que se hace llamar día,
a los clavos en el suelo, malditos segundos inquietos.
No quiero morir en vano, no quiero,
quiero entregarme a la muerte flotando,
entregarme al aplauso seco del final,
a la algarabía que se hace llamar libertad del alma,
al soplo divino, bendita eternidad.